El ratoncito Pérez

He estrenado un nuevo hábito.

Le he dado la vuelta a la agenda y he incluido una hora más de mañana.

Esa hora demás, la dedico a escribir, a escribirte.

Hoy me he sorprendido eligiendo el asunto que iba llevar el correo,

No sé a razón de qué, me he visto escribiendo el ratoncito Pérez.

Te puedo contar alguna que otra anécdota,

Como que, cuando mi hijo era pequeño,

Mi marido y yo, olvidamos en más de una ocasión, poner la moneda debajo de la almohada,

cuando había un nuevo diente caído.

¡Qué lástima!

Cuando se despertaba y venía a mí con el diente en su pequeña manita y me decía:

­–Mami, no ha venido–

Creo que, en situaciones como esas, son en las que tu cabeza se convierte en el narrador de historias más creativo.

Según voy recordando esa escena y voy soltando todo sobre este folio en blanco,

soy consciente del poder de la mente, de lo que es capaz de crear, recordar, manipular…

Sin colocar los pensamientos, en el sitio adecuado del cerebro (tienen nombres muy raros, que si el hipotálamo, la amígdala…)

Ellos son, entre otros participantes,

los causantes de muchas guerras y a su vez de ofrecer mucho amor.

Con ese poder, podrás hacerte la idea,

de lo que son capaces de hacer sin que te des cuenta.

Por amor, uno es capaz de inventar una historia sobre porqué, el Sr. Pérez, no acudió a su cita.

Pero esas mismas mentiras,

nos las contamos a nosotros para justificar un millar de acciones que realizamos cada día o lo contrario,

para justificarnos por qué no hacemos lo que habíamos planificado realizar.

Carl Jung dijo: “Hasta que hagas consciente lo inconsciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino

Y es que, en infinidad de ocasiones recurrimos a causas ajenas a nuestra voluntad,

para justificar por qué hemos llegado donde lo hemos hecho.

Has hecho responsable al destino como causante de todos tus males.

Pero siento desvelarte que son tus pensamientos,

los que te empujan en la dirección que más les conviene y si no aceptas este hecho,

no lo harás consciente y llegarás a un lugar al que es posible no quieras llegar.

P.D. El primer paso es reconocer tu responsabilidad última en la toma de decisiones.

Únicamente tú, decides dónde quieres llegar.

P.D.D. El ratoncito Pérez se ha equivocado muchas veces, pero ahí le tienes, sigue trabajando y llevándose unas monedillas todos los días 😉.

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