Me habla mi adolescente

Recogía ayer a mi hijo de hacer deporte y durante los escasos 10 minutos que compartimos el coche, me contó su idea de porqué prefiere un coche grande a uno pequeño.

Con 16 años, tiene la absoluta certeza de que no va a ir con él a Madrid, ni a conducir por ciudades grandes, por lo tanto, ¿por qué tener un coche pequeño?.

Me estaba hablando Lidia la adolescente.

Me hizo recordar lo tajante que yo era y mi supuesta claridad ante lo que pensaba acerca de la vida.

Mi madre no dejaba de repetirme que no todo era blanco o negro, que existían grises, pero me parecía imposible posicionarme en el medio.

Concretamente me pasaba con la mentira o con tener que relacionarme con personas que yo consideraba “falsas”.

Por esto y por cosas como mi sentido exagerado de la justicia, me relegaron al papel de “amargada”.

Así es que crecí, con esa tara.

Cuando creces “amargada”, tu forma de relacionarte con los demás, es desde la distancia, porque ya das tú por echo que no van a querer tener a su lado a alguien como tú.

Así es que aceptas, sin cuestionarte, que es verdad, que tu forma apasionada de ver la vida es la equivocada, que pensar de manera diferente, daña a los de tu alrededor, que querer mejorar lo establecido, levanta ampollas.

Tardé muchos años en darme cuenta, que no tengo que cambiar, nadie debería cambiar, lo que tenemos que hacer es flexibilizarnos, pensar en grises.

Mi cambio se produjo en una formación de coaching, a la que llegué de rebote, estaba buscando respuestas a mis “dolores emocionales”.

Entiendes que tu mapa, lo que tú piensas, es una verdad en parte y que lo menos que puedes hacer es escuchar al que está frente a ti y no juzgar hasta que no hayas pensado dentro de sus zapatos.

Estas tres frases no te van a ayudar. Lo sé. Hay un largo desierto hasta que uno mismo se encuentra y descubre el arcoíris.

Poder se puede.

Aunque es un largo camino, se comienza andar como si fueses a recorrer la distancia de tu cocina al baño, un paso detrás de otro.

El paso que te recomiendo comiences a dar, es el de conocerte a ti mismo.

Comienza por indagar porqué te comportas como lo haces.

Comienza por cuestionarte (con sinceridad):

  • ¿Qué es lo que te molesta de tus padres?
  • ¿En qué te pareces a tu madre?
  • ¿Y a tu padre?

Con responder a estas 3 preguntas, te prometo, que vas a abrir un melón.

Si tienes miedo de abrirlo solo, no dudes en levantar la mano y acudo a ayudarte.

P.D. Da igual con qué “adjetivo” hayas crecido, si no te gusta, busca el tuyo y comienza a vivir conforme a tus pensamientos, no el de los demás.

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