Prefiero la sandía con pipas
Para mí está más sabrosa, llámalo creencia o no, pero cuando empezamos a hacer experimentos, perdemos un poco de esencia. Sí, llámame loca, pero yo prefiero la sandía con pepitas.
Pero te tengo que reconocer, que no sólo me gusta por su sabor, es que comer sandía lo vinculo a experiencias de la infancia que me traen emociones muy gratificantes.
Uno de esos recuerdos, es la llegada de mi padre a casa con una sandía ovalada, muy grande, de unos 8-10kg.
La rodaja de esa sandía como te podrás imaginar, era enorme y me la comía a bocados, sin partirla a trozos. Me encantaba sentir los chorretones que eso provocaba en mi cara y lo más divertido, escupir las pepitas en el plato. Esas pepitas negras suaves que se deslizaban fácilmente entre los labios.
No le encontré nunca ningún inconveniente que tuviese pepitas, formaba parte del disfrute.
Las sandías que actualmente podemos comprar en los supermercados, son las “sin pepita”, aunque no es totalmente cierto, siempre tienen una molesta pepita blanca que no puedes expulsar fácilmente, por lo que la incluyes en el bocado.
Toda esta disertación preliminar se debe a que cada más, se está generando a nuestro alrededor una cultura de poco esfuerzo, esperamos de la vida mucho más, sin poner nosotros mucho coraje para que eso pueda suceder.
Entonces empezamos a creernos que tenemos derecho a bienes y recursos que está en nuestras manos poder adquirirlos, pero que cuando no los obtenemos de una manera fácil, entonces exigimos a nuestro entorno que nos los faciliten.
Exigimos que nos quiten las pepitas de nuestro camino.
Si estás en ese momento de tu vida, en el de esperar que el universo te ofrezca lo que tiene preparado para ti, te traigo malas noticias, si tú no inicias el camino y te preparas para todo lo que puede sucederte mientras lo transitas, te digo yo que el universo no te va a ayudar.
Dale una pista de por dónde vas a pasar y así es posible que salga a tu encuentro.
Este acto de fe que te pido que hagas, no es más que un cambio de actitud.
Es enfrentarse a los sucesos negativos que cada día salen a nuestro encuentro en el camino con la actitud de que no puedes cambiar lo que ha sucedido, pero sí el cómo te enfrentas a ellos.
A esto le llamo la teoría del paraguas: Si llueve, por mucho que le pidas al universo que deje de hacerlo, no te va a hacer caso, por lo que, ante este molesto suceso, sacas el paraguas y evitas que el chaparrón no te moje, al menos, una parte de tu cuerpo.
P.D. Si nunca has escupido pepitas de sandía en un plato, no debes de dejar de probarlo 😉